Cambio de casa

Bueno, primero pediros perdón por no actualizar, pero os lo explico. No hace nada, el mes pasado, me han ofrecido la oportunidad de publicar alguna que otra cosilla - como los de verdad- y, como condición, me obligan a tener las cosas en orden, es decir, un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. Así que no me ha quedado otro remedio que pasarme a una plataforma que me permitiera hacerlo con cierta seguridad... vamos, que no se me desaparezcan los escritos a las primeras de cambio. He optado por Wordpress MU porque me permite tener los blogs todos juntos, pero no revueltos (y además me han pagado los dominios, como para decir que no). El cambio no ha sido muy traumático. He podido exportar la base de datos de Blogger, así que los comentarios y textos que véis aquí también los vaís a ver en el nuevo blog.

Me podéis encontrar en http://www.diariodeunpervertido.es

Os espero por allí.

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Anoche soñé con una mujer...


Llovía, y yo me cobijaba bajo la marquesina de la parada de guagua. Enfrente una mujer hacía lo mismo bajo el mínimo techo que ofrecía la cabina de teléfono. En medio, la carretera, convertida en río que todo se llevaba. Ella me miró mientras yo la miraba. Quién mira a quien, me preguntaba. Sonreí señalando con la cabeza el agua que caía del cielo, y ella me devolvió la sonrisa con un mohín de qué se le va a hacer. Cruza el río, ven a mi y no dejaré que te mojes, pensé. Cruza el río, ven a mi y nos mojaremos juntos, pensó ella. Vamos hasta la mitad de la carretera y dejemos que el río nos lleve a donde sea, pensamos... pero no nos movimos. Llegó la guagua, subí, pagué. Llegó un coche, abrió la puerta y se subió. Yo en una dirección y ella en la otra, como islas con un mar en medio separándolas, islas que se atraen y se alejan un centímetro cada eon, a cámara lenta, de forma imperceptible para los ojos ajenos, tan rápido desde su punto de vista.

Llueve, siempre llueve sobre mojado.

Anoche soñé con una mujer... y no la he vuelto a ver.

(Vídeo descubierto a través de Spleen, un blog más que recomendable de Malena Ezcurra)

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Feliz Navidad


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Pensionario - Todo tiene un principio...

¿Qué edad tenía? Déjame pensar... unos diecinueve o veinte años. Antes de eso terminaba metido con alguna bajo las barcas vueltas del revés que dejaban los pescadores en la playa de las Canteras, un zaguán o un descansillo de escalera donde estaban prohibidos los gemidos y todo se hacía en silencio y a cámara lenta para no hacer ruido y nos sorprendiera un vecino. Ser joven y estar sin un duro es lo que tiene. No creas que no lo echo de menos. Echo de menos hasta la torpeza que tenía para desabrochar esos condenados artilugios llamados sujetador. Pero a todo se aprende y la práctica aguza la maña, que ya se sabe, vale más maña que fuerza, y juro por mi madre que la fuerza no sirve contra esos corchetes del diablo. La primera vez fue por casualidad, y necesidad, claro. Ella era una peliroja de treinta y pico años, yo un pipiolo asombrado de que aquella mujer hecha y derecha quisiera jugar a los médicos conmigo. No era cuestión de meterla debajo de una barca.

Todo momento tiene su música


Discover Enigma!


Recuerdo que había un señor mayor que siempre retenía los carné de identidad hasta que abandonábamos la habitación. Rellenaba las fichas con letra pulcra y mirada censuradora. Escribía algo y levantaba la vista del cartón escrutándonos con una ceja arqueada. Esa primera vez pensé que se debía a la diferencia de edad, pero después, tras volver unas cuantas veces con otras amigas, me di cuenta de que siempre hacía lo mismo. Eran otros tiempos. Hoy día hay un chico joven que, cuando me ve aparecer escaleras arriba, sonríe y me trata de usted... ¡De usted! Qué se le va a hacer.

Después de aquella primera vez seguí volviendo por allí, hasta hoy. Me gustan las sábanas limpias, el agua caliente del baño y el precio de la habitación. Habitación que durante dos o tres años cambiaba de piso, dimensiones y distribución. Hasta que pasé por todas. A partir de ese momento pedía las que más me gustaban. Llegaba, ponía el carné sobre el dinero y preguntaba, ¿Está libre la ciento veintitrés? Ah, ¿No?, pues la trescientos diecisiete... El señor mayor se llamaba Pepito, y contestaba siempre con un escueto "", "No", "De acuerdo". Yo lo saludaba al llegar y al salir, Buenos días, Buenas tardes, Buenas noches, y él fingía no conocerme. No era hombre de familiaridades. Llegué a pensar que le molestaba mis saludos, hasta que un día, tras la liturgia del carné, me paró a medio camino del ascensor con un Oiga, un momento Don Santiago, que me dejó helado. Yo me retiro, Don Santiago. Se lo digo para que no se extrañe la próxima vez que venga. Que yo sé como son estas cosas, que si ¿Y el señor aquel dónde anda?, que si esto, que si lo otro. Prefiero que lo sepa usted directamente por mí. Pues se le va a echar de menos Pepito, hombre, no por la conversación - primera y última vez que le vi sonreír-, pero era una tranquilidad saber que uno llegaba y estaba usted aquí. Le deseo lo mejor, Pepito. Le dije ofreciéndole mi mano con sinceridad, que aceptó no sin cierto reparo.

Tiempo después, estando en la conserjería una señora mayor de cuyo nombre no quiero acordarme, por seca como un güijarro, vi un papel pegado en el cristal, una esquela recortada del periódico en la que podía leerse que Don José Luis Pérez había fallecido. Tonterías de la dueña de la pensión lo llamó la vieja seca aquella. Y sí, sé que es una tontería, pero a mí su muerte me apenó. Sin comérselo ni bebérselo aquel hombre había sido testigo de mis idas y venidas, de la fogosidad y premura de mi juventud, de mis distintas acompañantes, había sido el guardián de mi guarida, discreto, cuidador de mis secretos, de un pedazo de mi vida que discurría entre sábanas, gemidos, caricias, labios que chupan, succionan y prueban, había sido testigo mudo de mi intimidad.

Al cabo de unos meses, en el pasillo del segundo piso - yo entraba, ella ya iba de recogida-, me crucé con aquella primera treintañera, ya cuarentona, acompañada de un veinteañero con cara de haber estado en la gloria... unas cuantas veces. La miré con una sonrisa pensando que no me reconocería, pero me reconoció.
- Hola.- dijo con cara de sorpresa.
- Hola. No pensé que te vería por aquí después de tanto tiempo.-
- Tú me enseñaste el sitio y he seguido viniendo.-
- Entonces lo raro es que no nos hayamos encontrado antes, suelo venir a menudo.-
- Pues a ver si me llamas y venimos juntos alguna vez.- "Sí, claro", pensé. - Coge mi móvil.- "Coño". Me lo dio con una sonrisa pícara observando la cara de fastidio de mi acompañante y se despidió dándome un beso en los labios, un piquillo de esos que dejan algo prometedor flotando en el aire. - A propósito, te enteraste de que Pepito murió.- dijo ya entrando en el ascensor. Sólo tuve tiempo de asentir.

Es extraña la vida. Estoy seguro de que a Pepito jamás se le pasó por la cabeza que unos perfectos desconocidos nos acordáramos de él, más allá de pensar que había sido un mero accidente. Pero lo hacíamos, como si hubiera sido algo importante en nuestras vidas. Aquella pensión de Luis Morote siempre será la pensión de Pepito. Es posible que le cambien el nombre, e incluso que la cierren, cosa que dudo dado el trajín de gente que se ve entrando y saliendo sea el día de la semana que sea que vayas por allí, pero jamás dejará de ser la pensión de Pepito.

Ah, ¿Que si la llamé? Claro que la llamé. Quedamos un miércoles a la una en la puerta de la pensión. Apareció quince minutos tarde y cargando bolsas de supermercado.
- ¿Has almorzado?-
- No.-
Ya en la habitación se desnudó con desparpajo mientras hablaba de algo que no recuerdo, dejándose sólo unos diminutos tangas. Seguía estando espléndida, la edad la había tratado muy bien limitándose a redondearle un poco los pechos. Y yo, como un imbécil, la miraba sin moverme.
- ¿Te vas a quedar así? ¿Tienes frío?- preguntó sonriendo de nuevo mientras comenzaba a sacar cosas de las bolsas con las piernas cruzadas sobre el colchón. Un par de botellas de vino, queso, jamón serrano, pan, aceitunas y una botella de agua. Me quité la ropa despacio mientras ella me miraba sin ningún pudor y sin perder la sonrisa, descorchando una botella de vino con la maestría de un sumiller. Sirvió dos copas en esos vasos de cristal sospechosamente parecidos a los de Nocilla que ponen en los baños de las pensiones. Me eché en la cama apoyándome en el codo.
- ¿Tienes hambre?-
- Ahora mismo... no mucha.- respondí con el vaso a medio camino de los labios.
- Mejor.- dijo abalanzándose sobre mí.

Los vasos de vino se desparramaron sobre las sábanas. Bueno, daba igual, no conozco un lugar mejor donde derramar el vino que sobre las sábanas de una habitación en la pensión de Don Pepito.

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Solo


La presa de las Niñas no estaba ni a un tercio de su capacidad. Da igual, sigue siendo una vista impresionante. Ni a dos metros de mi un pato salvaje come hierbajos como si degustara una ensalada. El sol asoma timidamente a mi espalda y el café comienza a burbujear en la pequeña cafetera al fuego de la cocinilla de campaña. Me bajo de la piedra que uso como observatorio y echo azucar en la taza de plástico amarillo - mucho azucar-. Cuando me sirvo el café el pato me mira para soltar un escueto "cuacua". - Huele bien, ¿Eh?- saco el móvil y lo miro de nuevo. Las siete y media de la mañana, y sobre la hora la señal de las dos llamadas perdidas a las doce de la noche. Mis ojos vagan hacia la orilla contraria mientras enciendo un pitillo. Es extraño lo reconfortante que puede llegar a ser el frío a veces. Es como si te hiciera más consciente de los límites de tu piel. El móvil me quema en la mano, así que vuelvo a metérmelo en el bolsillo. "¿Qué me dirá?", pienso mientras apuro la taza de café.

Todo momento tiene su canción


Discover Maná!


El jueves por la noche, por fin, después de tantos años, me dejó tocarla. Todavía no sé ni como me atreví. Estuve torpe, con las manos que no parecían mías. Aún así, volver a sentir cómo se estremecía con mi contacto fue maravilloso, pero cuando intenté besarla retiró la cara. Lo entiendo. No es fácil para ella. Sigue pensando que está enamorada del otro, que es lo que quiere y lo que desea, ha invertido mucho tiempo y esfuerzo en esa relación. ¿Y yo qué soy? Sólo un amigo, un desahogo, un sustento, un salvavidas. Y lo entiendo. Me lo repito una y otra vez, lo entiendo, lo entiendo, lo entiendo. No me engaño, no quiero engañarme. Ya tuve mi oportunidad, y la cagué. Sé cual es mi sitio en toda esta historia, incluso creo que, llegado el caso, no sé si sabría amarla como ella quiere que la amen. Pero eso no impide que siga levantándome por las mañanas con el olor de su pelo en mi nariz, o que durante el fin de semana me haya estado despertando por la noche mientras mis manos buscan sus pechos y su ombligo en el vacío.

"¿Qué querrá decirme?", pienso dando otro sorbo al café.

Pongo la cafetera de nuevo al fuego. El pato estira el cuello y las alas un momento para dirigirse a la orilla moviendo el rabillo como si se sacudiera algo que sólo él sabe que está ahí. Antes de meterse en el agua gira la cabeza y me observa un segundo. Extraños que se cruzan un instante con ese atisbo de comprensión. Vuelvo a mirar la pantalla del móvil. Las ocho menos cinco. Cómo he terminado aconsejándola sobre una relación con otro hombre, una relación que sé que es un desastre en potencia, algo que sé que le va a hacer daño sin remedio. Me he hecho la misma pregunta mil veces, puede que más. Lo he hecho, lo hago porque la quiero, porque quiero que sea feliz, porque, aunque esa relación ya se ha ido al carajo, ella sigue con la ilusión de que podrá reflotarla, sacarla adelante y, por mucho que me duela, es lo que quiere, lo que desea. "Ojalá lo consiga", pienso con un peso de toneladas aplastándome el corazón.

Pulso la tecla de llamada. Las ocho de la mañana de un domingo de finales de Noviembre. Contesta soñolienta mientras me viene a la cabeza la imagen de su cuerpo bajo las sábanas, el olor de su pelo, la piel de su cuello en mis labios... - He visto las llamadas de anoche, ¿Qué fue?- no sé si mi cerebro me juega una mala pasada, pero parece que se anima al escuchar mi voz, seguramente es sólo el anhelo de que sea así - Ayer logré hablar con...-, y mientras habla no puedo dejar de pensar en que yo sólo soy el pervertido, el eterno solitario, el que mira desde la orilla como un pato se aleja nadando en silencio casi sin quebrar la superficie del agua y sé que no volverá, aunque desee que esté a mi lado, apoyándome con un "cuacua" en este dolor que me parte el alma. Mientras la escucho hablar y le aconsejo que no presione al otro, que no asuste a quien quiere que le haga el amor por las noches y la haga estremecerse en mi lugar, aunque lo que deseo decirle es que lo deje todo y venga a abrazarme en esta orilla, suena en mi cabeza, al compás del frío, la canción de Maná, pero su estribillo no es "Sola", es "Solo", porque ese es mi sino, la soledad.

Yo soy... pero solo. El frío cerca mi alma, y lo peor de todo es que lo sé y no puedo hacer nada al respecto, excepto desear que el pato llegue sano y salvo a la otra orilla, aquella que nunca pisaré.

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NO a la pornografía infantil

Aquellos que me leen saben que no suelo ponerme serio, pero la ocasión lo merece. Así que no se asombren. Aunque poco más tengo que decir al respecto, más allá de lo que han expuesto blogs tan egregios como uno de los impulsores de esta iniciativa, La huella digital, o La piel desnuda. De mi cosecha diré que si bien es cierto que la profusión de pornografía infantil en la red es tremenda, y si existe es porque existe una demanda que deja pingües beneficios por ella, está claro que depende de nosotros acabar con ella. Puede que nosotros tengamos una responsabilidad mayor que otras páginas webs o blogs, porque nosotros hablamos de sexo de forma más o menos explícita y lo cierto es que nos manejamos entre las páginas web, contactos y chats de contenido sexual mejor que otros internautas. Esa capacidad para manejarnos, entrar, salir, hablar e intercambiar, impone la responsabilidad. Yo no lo olvido, y espero que aquellos que me leen tampoco.

Les dejo un copypaste de aquello que me parece importante de lo que he leído expuesto en las dos webs que les he enlazado en el párrafo anterior:

La pornografía infantil en la Red es una lacra imparable que ensucia nuestras vidas cada día. La presión policial con macroredadas no es suficiente para detener las malas prácticas de estos individuos, que actúan desde el anonimato que puede brindar la Red golpeando las vidas de cientos de niños, incluso bebés, en busca de un deseo sexual depravado y enfermizo. Por eso entre todos los internautas debemos ponernos manos a la obra y meter el máximo de ruido en el ciberespacio. El objetivo de esta blogocampaña, que arranca hoy, es que el próximo 20 de noviembre -Día Universal del Niño- cientos de blogs escribamos un post en el que aparezca la frase Pornografía infantil NO para sembrar los buscadores de Internet de severas críticas a esta vergüenza humana y social. De esta forma conseguiremos que las ciberbúsquedas de las palabras pornografía+infantil al menos golpeen las conciencias de tanto salido mental. En el post podéis colar términos de búsqueda empleados por los pederastas y pedófilos como "angels", "lolitas", "boylover", "preteens", "girllover", "childlover", "pedoboy", "boyboy", "fetishboy" o "feet boy" para llegar adonde queremos llegar.

¿Cómo denunciar?
Anotar exactamente la dirección de la web dónde hemos encontrado el supuesto contenido pornográfico infantil y transmitir la información a la Policía Nacional, la Guardia Civil o a Líneas de Denuncias Anónimas, donde no es necesario incluir datos personales de ningún tipo.

* Brigada de Investigación Tecnológica de la Policía Nacional:

denuncias.pornografia.infantil@policia.es
delitos.tecnologicos@policia.es
Teléfono: 91-5822751/52/53

* Organización de Protección de la Infancia:

contacto@protegeles.com
Teléfono: 917400019

* Guardia Civil:

uco-delitoinformatico@guardiacivil.es
Teléfono:91-5146400


Es sencillo...

PORNOGRAFÍA INFANTIL, NO


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